sábado, mayo 22, 2010

José Mª López Barajas en el Camino portugués a Santiago de Compostela


Recogemos el relato de José Mª López Barajas que ha hecho el Camino portugués a Santiago de Compostela, desde Coimbra, donde está de Erasmus. José María vuelve al Colegio Mayor el curso próximo:
En la actualidad ya no se llevan los viajes culturales, andando por la naturaleza, disfrutando del sonido de las aves, del arrullo del agua al caer, todas esas cosas que dicen que están desapareciendo. La gente joven prefiere los viajes a hoteles de todo incluido, a grandes ciudades a emborracharse y comer hasta la saciedad etc, yo me incluyo, por eso escribo este artículo porque por una cosa o por otra un grupo de amigos y yo decidimos hacer algo diferente, algo que todo el mundo conoce pero que no a todo el mundo le llama la atención, mi intención es que eso cambie y para ello utilizare mi propia experiencia.
El camino portugués, no es de los más importantes pero era el que más nos gusto ya que ese año estábamos todos estudiando en Coímbra, así que ese fue el elegido. Como ninguno estaba acostumbrado a andar ni tampoco sabíamos como iba a ser aquello decidimos hacerlo desde la frontera con Galicia, concretamente desde Valença, a unos 115 kilómetros de Santiago.
Porque la peregrinación a Santiago es un viaje al interior de uno mismo, que cada cual emprende con su propio bagaje y objetivos. Que hagas más o menos kilómetros depende solo del tiempo del que dispongas.
El motivo de comenzar este viaje variaba en todos nosotros, unos lo hacen por el placer de caminar, otros por motivos religiosos o por el interés artístico, también hay gente que lo hace por alguna promesa, o por probar cosas nuevas y conocer gente. Los motivos son muy diferentes pero hay un punto en común para todos los que comienzan este viaje, todos comienzan un proceso de renovación interior que le hará cambiar el concepto de muchas cosas.
Has de saber que la felicidad de hacer el camino de Santiago no se encuentra cuando llegues a Santiago, se encuentra en el camino. En cada bosque, en cada albergue, con cada peregrino, en cada cena o en el desayuno.
Como decía salimos de Valença un martes cualquiera muy ilusionados y sin creernos que con la cantidad de autobuses que hoy en día llevan a Santiago nosotros fuésemos a ir andando, pero bueno despacito y con buena letra nos dispusimos a cruzar la frontera con España, con Galicia.
Comienzas a andar con la ilusión del primer día, andas a buen ritmo y muchos kilómetros, y al mismo tiempo piensas que no es para tanto, que vas a llegar a Santiago más fresco que una lechuga.
Pasa el primer día y suerte si no te han salido ampollas o ya te duele algún musculo, yo particularmente ya tenía seis, tres en cada pie, y dos de ellas como una moneda de dos euros. Pero en fin, cuando ves la puerta del albergue ves la puerta del cielo, en ese momento solo piensas en quitarte las botas, los calcetines y ponerte las chanclas. Descansas toda la tarde, cenas lo mejor que se pueda, si la cena la sirve la señora que regenta el albergue mucho mejor, y a dormir tempranito, las doce como muy tarde.
Día tras día vas dejando atrás los dolores, aunque aparecen otros nuevos, descubres músculos y tendones que no sabías que existían, las ampollas se van endureciendo y lo más gratificante de todo, vas dejando atrás kilómetros y kilómetros, que si por ti fuera dirías que haces mas de cien cada día. Todavía cuando vas por algún tramo de carretera y ves un cartel que pone: nueve kilómetros (para el pueblo donde vas a pasar la noche) piensas una cosa, si cojo un autobús San Tiago no se va a enterar, son solo nueve kilómetros, quince minutos en autobús y tres horas (o más) andando, pero no, tú mismo te convences de seguir andando, piensas que por hacer nueve kilómetros de nada en autobús te quedara para siempre en tu conciencia que no llegaste a Santiago siempre andando, así que por mucho que te duelan desde las ampollas hasta el paladar sigues andando, ya llegaras a comer o a cenar da igual, “llegaras”.
También dejas atrás amigos, que van más despacio, o más deprisa y avanzan hasta el siguiente pueblo, dejas atrás inimaginables paisajes, maravillosas ermitas perdidas por los montes, dejas atrás todo lo que te ayudo a seguir el camino, a no rendirte, la simpática mujer u hombre también que regenta el albergue, el camarero chisposo del bar de al lado, la señora del supermercado que te regalo una naranja para pasar un buen camino y como no, la farmacéutica que otra cosa no pero visitas todas las farmacias de los pueblos por los que pasas para comprar compeed. Todo queda atrás, pero no en el olvido, quedara en tu memoria durante años o durante toda la vida, recordaras cada detalle insignificante y se lo contaras a cualquiera que te pregunte como fue tu camino como si fuese lo más grande que te paso en él.
Llega el último día, te levantas entusiasmado, temprano, nervioso de comenzar a andar. Vas feliz y contento, le cuentas a todo el mundo de donde saliste y los días que llevas andando. No te duele nada, milagrosamente esa última noche curó todo tu cuerpo, sabes que llegaras hoy y sabes que lo harás por encima de quien sea pero no como sea, llegaras a pie, “andando”, más rápido o más despacio, al paso o cojeando da igual lo que te pase, vas a llegar.
No haces más que preguntar a todo el mundo que cuantos kilómetros quedan para Santiago, y descubres que los kilómetros gallegos no son iguales a los del resto de España, mientras más andes, más kilómetros quedan. Pero al final la realidad es la que hay, ves los mojones en los que ponen los kilómetros restantes, ocho, seis… llegas a una pequeña colina medio muerto, crees que están alejando la ciudad, que nunca se va a acabar el camino, ahora sí que te duele todo, y mucho además. Como decía llegas a una pequeña colina con cara de sufrimiento levantas la vista y allí está, Santiago.
Te paras, la buscas, la encuentras. Esta allí, no la han movido, aún quedan casi cinco kilómetros pero eso no es ná, lo has conseguido, la estás viendo con tus propios ojos. Llamas a tu padre por teléfono y le gritas: ¡papa! Ya la veo, ya estoy aquí. Te tiembla la voz, una lágrima resbala, no quieres llorar, aún no. Sigues andando porque esos casi cinco kilómetros son dos horas a tu ritmo, esos cinco últimos kilómetros vas pensando, reviviendo toda tu vida hasta llegar ahí, te replanteas muchas cosas.
Tu cuerpo te duele más por momentos, por fin llegas a la civilización, algún hospital, la autopista por encima de ti, todo nuevo. Avanzas lento, muy lento, vas viendo edificios residenciales, algún parque, la gente te mira, no porque seas peregrino porque llegan muchos cada día, sino por tu cara de sufrimiento, tu mirada fija en el suelo y tu paso racheado. Más adelante comienzas a ver edificios más viejos, te paras y preguntas donde se encuentra la catedral, te dicen: muy cerca, ya estás aquí, a cinco minutos. Piensas, todavía tardo más de media hora. Sigues caminando y entras por fin al casco antiguo, todo lleno de gente y tú a tu ritmo, sin mirar a nadie, por el centro de la calle, encorvado, avanzas más, la emoción te supera y ya no puedes retenerla. Te quedan trescientos metros, los más largos y bonitos de tu vida, ves la entrada a la plaza del Obradoiro y levantas la vista hacia el cielo pidiendo por favor un ultimo empujón, en ese momento eres capaz de matar a quien se ponga por delante de ti. Al entrar en la plaza sigues caminando a duras penas, llorando como un niño pequeño, sigues hasta llegar al centro de la plaza y entonces sí, es el momento, te paras y comienzas a darte la vuelta despacio, comienzas a levantar la vista y la ves, la catedral de Santiago, justo delante de ti, serena, majestuosa, abierta a todos los peregrinos del mundo, tus piernas no aguantan mas y te derrumbas, te dejas caer sin importarte nada más que ver la catedral, entonces te das cuenta de que todo el sufrimiento, todo el dolor de los días anteriores a merecido y mucho la pena.
Te ves allí, tirado, piensas cosas que hace años que no pensabas, reflexionas, y vuelves a decir que ha merecido la pena, ahora ya puedes decir que has terminado tu primer camino. Es más, estas deseando volver a comenzar otro, pero eso ya es otra historia.

No hay comentarios: